El 7 de octubre Jair Bolsonaro, candidato ultraderechista del Partido Social Liberal de Brasil, derrotó a Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT) del encarcelado expresidente Lula, en la puja por la presidencia.
La derrota no sorprendió pero si la diferencia alcanzada por el ganador, aunque no fue suficiente. La izquierda poco a poco ha ido perdiendo lo que ganó porque sus representantes han salido más ladrones que los que ejercían el poder.
Chile, Argentina, Ecuador han visto como los candidatos populistas y de tendencias nacionalistas han salido por la puerta de atrás mientras que esperan turno los de Venezuela y Bolivia, algo así como el 60 por ciento. Colombia, Paraguay y Perú mantienen un gobierno de derecha mientras que Uruguay, la gran excepción de los gobiernos populistas mantiene una línea de crecimiento tras las presidencias de Tabaré Vásquez y José Mujica.
Pero ojo con Colombia, la izquierda dio el aviso en las pasadas elecciones a través de Gustavo Petro y su Colombia Humana. La gente alzó su voz de protesta, por el silencio del gobierno, frente a la galopante corrupción.
Disgusta que mientras los precios del petróleo van en aumento de inmediato sucede lo mismo con el de la gasolina y los ministros del nuevo gobierno, algunos con pecados como el Ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, fue posesionado a pesar de la presión existente por estar relacionado con los Papeles de Panamá y los Bonos del Agua, que endeudó a los municipios y no se observó ninguna inversión para mejorar el suministro del preciado líquido. Carrasquilla en el colmo de su desfachatez afirmó que el salario mínimo en el país es muy alto y que quienes deben pagar más impuestos son las clases menos favorecidas.
A todas estas los niños de las etnias indígenas, especialmente la Wayú, mueren de hambre, los líderes sociales son asesinados y los recursos para el Programa de Alimentación Escolar (PAE) se evaporan, mientras que el fenómeno de la corrupción se reproduce sin que nadie ponga el antídoto.