La formación ética universitaria no debe ser solamente un asunto resuelto en la enseñanza-aprendizaje de conceptos y teorías éticas. El aprendizaje de la ética implica además de eso, la dimensión aplicada del razonamiento ético.
Todo concepto, toda teoría ética es un instrumento que nos ayuda a clarificar, entender y cuestionar la realidad moral. La ética, en tanto reflexión, puede ayudar a cambiar el mundo, analizando críticamente las creencias morales y la relación que éstas guardan con las acciones y los juicios morales.
Es importante que se enseñe en la universidad la ética en este primer sentido, que podríamos llamar intelectual, expresando el hecho de que la ética es filosofía moral. Pero es indispensable también la práctica ética, una práctica que de sentido a las ideas y argumentos teóricos.
Pensamos que la ética es base de la transformación del mundo. Y la trasformación pasa por la intervención. Cuando hay un desajuste en la sociedad, un desajuste en la vivencia de un derecho humano, por ejemplo, el estudiante comprende la problemática, establece una conexión entre su racionalidad ética y la emocionalidad moral.
Es por la sensibilidad que abre su corazón, es por la palabra, por la mirada que tiende hacia el otro en desventaja, por la palabra que escucha y la mirada con que es mirado por ese otro, que la idea ética apresura a su voluntad para llevar a cabo las acciones que apremian.
Dar, abrazar, apoyar. Lo que las identifica es el fundamento ético, por ejemplo, la dignidad humana. Ya no es un concepto lo importante, sino la acción derivada como consecuencia de esa conjunción afortunada para el proceso de humanización y que tiene ocasión cuando la idea se comprende en lo real y lo real toca el corazón.
La acción trasformadora ya no sólo cambia la realidad a través de la resolución de esa problemática, sino que cambia también el mundo moral, el mundo de las creencias, las acciones y los juicios morales.