Mucho se ha comentado sobre esa vinculación tan íntima entre la Tauromaquia y la Religión. Relación que data en México desde hace ya casi 6 siglos prácticamente, desde la llegada de los Españoles a nuestro territorio, a través del hecho de “correr toros” en las fiestas patronales de algún santo o por el simple gusto que los clérigos de ésa época mostraban por este espectáculo.
Un episodio importante que corrobora esta centenaria relación es el que protagonizan en el año 1608 por un lado Sor Inés de la Cruz, monja que ingresó a los 15 años a la Orden de las Carmelitas descalzas como corista, y por otro lado Fray Francisco García Guerra, recién nombrado Arzobispo en México en esa época. En aquellos días, vivían Sor Inés de la Cruz y Sor María de la Encarnación en el Real Convento de Jesús María, el cuál era muy frecuentado por su “ilustrísima” con la finalidad de ser alagado con golosinas y música seductora. Las religiosas en cuestión, pretendieron aprovechar las constantes visitas a fin de solicitarle la construcción de un convento carmelita, a lo cual García Guerra contestaba que si Dios lo hiciera Virrey, el convento sería inmediatamente construido, por lo que esta petición se hacía presente en las oraciones diarias de las religiosas.
Por fin las plegarias fueron escuchadas y en 1611 García Guerrero es nombrado Virrey y Capitán General de la Nueva España por Felipe III, olvidando de inmediato dos cosas: primeramente, su humildad, y por otro lado la construcción del convento prometido. En lugar de ello, optó por implementar, que todos los viernes de ese año, conmemorando el fastuoso acontecimiento, hubiese toros en la plaza de su palacio. El primero de estos festejos estaba previsto para celebrarse en “viernes santo”, por lo que Sor Inés consideró profano el hecho de celebrar una corrida de toros el día en que se recuerda la pasión de Cristo, solicitando de inmediato cancelar dicho decreto. Su petición no fue tomada en cuenta y previo a esa primera corrida, como por castigo divino, un fuerte temblor sacudió la tierra haciendo que el festejo fuera pospuesto.
El viernes siguiente ya dispuesto el Virrey a presenciar el espectáculo en su palco, apenas había saltado al ruedo el primer toro, vuelve a temblar de manera importante provocando derrumbes tanto en las graderías como en casas aledañas, y presentándose alrededor de 40 réplicas en más o menos 30 horas. Sin embargo, a pesar de todo el decreto no sería revocado.
Continuará…