Francisco acudió a Myanmar a defender a una minoría musulmana atacada y desplazada. Pero, ¿cómo podía el Papa defender a los rohinyás y, a la vez, mantener la buena relación con el Gobierno birmano y la mayoría budista, que niegan esta crisis?
- La crisis de los rohinyás. La etnia musulmana rohinyá habita en Arakan, al occidente de Myanmar (antes Birmania), país de mayoría budista. Desde 1978, ha sufrido represión por su oposición a la formación de un estado budista en Birmania.
Como represalia del ejército a un sangriento ataque de terroristas musulmanes, ocurrido el 25 de agosto pasado, alrededor de 640 mil rohinyás huyeron al sur de Bangladesh. Según la ONU, se trata de una “limpieza étnica”. Suman ya un millón los rohinyás desplazados.
- Una solución ingeniosa. Francisco, que desde el conflicto de agosto había expresado públicamente su preocupación por los desplazados, no podía ahora mencionar abiertamente el tema en tierras birmanas, incluso, tampoco debía utilizar la palabra ‘rohinyás’.
Pero lo que el Papa sí pudo hacer fue dirigir mensajes en los que invitó a las autoridades a vivir la justicia y a los líderes religiosos a convivir en paz.
A los dirigentes de la sociedad civil de ese país, el Pontífice les pidió dejar a un lado las diferencias, porque crean división, y los exhortó a respetar a las diferentes etnias del país.
Después, cuando habló de las diferentes confesiones religiosas, Francisco afirmó que estas “no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación”.
Epílogo. Francisco asumió el riesgo de una visita complicada, que podía generar un conflicto diplomático con el Gobierno de Myanmar y romper la armonía con los líderes budistas.
Pero la misión del Papa lo ameritaba, pues él quería defender los derechos humanos de una minoría maltratada y, a la vez, necesitaba recordarles a los líderes espirituales el verdadero papel de las religiones, que están para fomentar la paz y la unidad.