A finales del s. XIX, la población mayormente rural migra a las ciudades netamente históricas en donde los habitantes se aglomeran, iniciando el modo de vida urbano.
En ese sentido y en este tiempo, arquitectos y urbanistas tienen la labor primordial de crear la satisfacción de espacio tanto público como privado, pero hoy, en estos tiempos y con acontecimientos naturales dentro del cambio climático, se hace evidente el valor que debe de prestar a la sociedad, y no solo ser un simple decorador de exterior en los espacios creados.
Reglamento de Construcciones, Ley de Desarrollo Urbano, Normas Técnicas Complementarias –como la de diseño por sismo–, todos en su conjunto, aplicados de manera apropiada para construir y preservar el espacio público o privado, que posteriormente deberá ser verificado por la autoridad competente, deberían dar certeza y seguridad a los habitantes de cualquier ciudad.
Mejor ejemplo de que un sismo no es posible de predecir, pero sí se puede diseñar edificaciones seguras, sustentadas en ingeniería, de tal forma que sean lugares óptimos para el usuario: Lo demuestra la Torre Latinoamericana, edificada en los años 50 en la zona más insegura de la Ciudad de México, cuyo terreno es fangoso, de arcillas expandidas y con alto índice sísmico.
Diseñada y construida por Augusto H. Álvarez, con ingeniería estructural de Leonardo Zeevaert, es muestra de que se debe diseñar bien, además de sujetarse a normas y reglamentos que sustenten el diseño en la ingeniería más profesional ante cualquier evento natural.
Esto resultará en una mayor certeza en el control y ejecución de obras, y así las ciudades presentarían menos riesgo a la población, de alguna manera sabemos que las catástrofes no son predecibles y menos en su magnitud, pero sin duda, podríamos ser profesionales y autoridades más honestas, éticas y apegadas a la normatividad. Esto dará como resultado una mejora sustancial a los índices de prosperidad urbana.