Pedro L. Jáuregui Ávila
Periodista y colaborador del diario La Opinión de Cúcuta en Colombia, desde hace 35 años. Egresado de la Universidad Francisco de Paula Santander y del Instituto Técnico Nacional de Comercio
La intención del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de invadir a Venezuela, rechazada por los gobiernos, refleja el sentimiento populista del mandatario que cree vivir en otra época y puede hacer lo mismo que hizo George Herbert Walker Bush en 1989, cuando invadió a Panamá para llevarse al general Manuel Antonio Noriega, gobernante de facto.
Es cierto que Venezuela vive una crisis de alto vuelo que hace que el populismo del presidente Nicolás Maduro se haya ido deteriorando, pero no es Trump el más indicado para decidir el futuro de un país, que no es el suyo, que en el pasado reciente fue uno de los más ricos del mundo y ahora se encuentra sumido en la pobreza absoluta. En el colmo del cinismo, Trump afirmó el martes 19 de septiembre: “no podemos seguir siendo observadores, tenemos motivos para recuperar y reactivar la democracia de Venezuela”, durante su discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). La única verdad es que Trump busca el petróleo venezolano y le importa muy poco la suerte del país petrolero.
Si el presidente de Estados Unidos está fuera de foco, también lo esta el mandatario del país sudamericano que busca culpables en otras partes, cuando el único responsable de lo que sucede es él, lo mismo que sus asesores y los que lo eligieron sin contar que la oposición son otros habladores, que si bien tienen la razón, no saben para dónde van porque no tienen un líder que los agrupe y señale los derroteros a seguir. Luego de que Trump acusó a Maduro de destruir al país con su socialismo, este retó a su homólogo a debatir sobre el socialismo, la educación, cultura y derechos humanos, en otra muestra del nacionalismo cínico que le emana y que despierta sentimientos y aplausos favorables a su causa, haciendo olvidar a sus fanáticos conciudadanos que una mayoría solo hace una de las tres comidas diarias y no hay medicinas para sus males físicos o mentales.
Una prueba evidente de la represión es la huida de Wuilly Arteaga, el hombre del violín en las protestas, quien huyó de Venezuela cuando se había convertido en el símbolo de un pueblo oprimido, donde las esperanzas y los sueños se mueren diariamente de hambre.