Pedro L. Jáuregui Ávila*

Colombia es sinónimo de Macondo, el país que Gabriel García Márquez recreó en Cien Años de Soledad, obra que escribió en México y que le valió el premio Nobel de Literatura, en 1982.

Mauricio Babilonia soltó el 26 de septiembre en Cartagena, las mariposas amarillas para celebrar el Convenio de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño, más conocido como ‘Timochenko’, jefe máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Seis después, el 2 de octubre,  el paroxismo de la felicidad sufrió un revolcón y le dio paso al de la incertidumbre porque en un plebiscito, que el jefe de gobierno se inventó, las fuerzas del ‘No’ derrotaron a las del ‘Sí’ y no legalizaron el acuerdo que firmaba el sueño de paz, que tiene 52 años de estar incubándose.

El mundo no creía lo que los medios de comunicación informaban y les parecía increíble que un país no quisiera la paz y prefería la guerra, así como lo están leyendo. Varios factores ayudaron a ello.

De una parte: la apatía de un pueblo que prefirió quedarse en la casa por culpa del huracán Matthew,  el sofocante calor o ir a ‘hacer mercado’ como cualquier domingo; en otros casos, el excelente mercadeo que hizo la oposición, especialmente el Centro Democrático en las redes sociales y de la labor puerta a puerta para vender ideas, como que se iba a cerrar las iglesias católicas -Colombia es un país de creencias religiosas arraigadas-; como que la guerrilla (FARC) se iba a tomar el poder y que el país iba a convertirse en una segunda Venezuela. Ese terror inculcado fue la chispa que encendió el ansia de votar por el ‘No’, especialmente en los mayores de 40 años.

Cuando se dieron cuenta, los comicios habían terminado y no se podía hacer nada. El 3 de octubre, los del ‘Sí’, manejados por Juan Manuel Santos Calderón cuando empezaron a construir un plan b para salvar no solo la dignidad, sino también la paz.

La organización de los Premios Nobel le otorgó el 7 de a Juan Manuel Santos el Nobel de la paz por su terquedad en hacer realidad el sueño de paz, es la mejor forma de decirlo.

Nadie asegura que el Nobel de Paz otorgado a Juan Manuel Santos garantiza que se va a reorganizar el convenio del gobierno para llegar a la paz; pero estamos en Macondo y todavía revoletean algunas mariposas amarillas que no se han dejado atrapar.

La paz está servida, solo falta voluntad política de los protagonistas: gobierno, oposición y las FARC, especialmente que estas últimas quieran aceptar la propuesta que le van a entregar la comisión del ‘No’ y el ‘Sí’ para reorganizar  el acuerdo de paz. La próxima  semana será un termómetro de lo que viene porque el tiempo se agota para la paz pero no para la guerra.

*Periodista en La Opinión (Cúcuta, norte de Santander, Colombia)