Díganme cursi, que sin duda lo soy, pero a mí lo que más me conmovió de la primera jornada de la visita de Jorge Mario Bergoglio a México fue lo que sucedió en el avión, antes de la llegada a territorio nacional, con el periodista Noé Díaz.
Díaz es un mexicano radicado en California que a base de esfuerzo y trabajo se convirtió en el propietario de una estación de radio y televisión religiosa con el nombre de El Sembrador, dedicada a promover el catolicismo entre la extensa población de origen latino en el sur de los Estados Unidos.
Durante el viaje del primer papa jesuita a nuestro país, concretamente en su paso por la cabina donde viajan los periodistas acreditados para cubrir la visita, Díaz le pidió la posibilidad de lustrarle los zapatos y le contó una anécdota de su interesante historia de vida.
Le dijo que a los ocho años escuchó a su madre, soltera y vendedora ambulante, que no tenía dinero para comprarle un traje a su hijo con motivo de su inminente Primera Comunión. Fue entonces cuando se decidió a ganarse económicamente esa posibilidad, lustrando calzado en la vía pública.
Después vendría la migración, en compañía de su madre, a tierras americanas, y la deportación de ellas hasta en dos ocasiones. El paso del tiempo y la persistencia le permitieron obtener su residencia, y su trabajo el llegar a la posición en la que hoy se encuentra.
Tras la autorización del Papa Francisco, Noé se inclinó, colocó sus enseres en el piso del avión de Alitalia, y brevemente boleó los zapatos oscuros del pontífice. Luego le obsequió los utensilios propios de esta actividad.
Leyendo la sui géneris anécdota, imaginé a aquel niño pobre de ocho años, sin horizontes de vida, acosado por la necesidad y el infortunio, y las muchas aristas que la vida tiene. Mirando las fotografías del acontecimiento, descubrí a ese niño que aún vive en un próspero empresario de la comunicación, y me pareció respirar, por un momento, aires de esperanza.
Llámeme cursi, pero así fue.
Hoy, tras casi dos años y medio, cierro un ciclo y me despido de este medio, el A.M., que me abrió sus puertas y me permitió durante todo este tiempo tener una ventana de comunicación con usted, estimado lector.
Agradezco profundamente a quienes lo hicieron posible: Omar Hernández y Eduardo Urbiola, y a quienes me apoyaron en el trayecto, como David Luna, Juan José Arreola, Miguel Ángel Flores y Daniel Zubillaga. Para todos ellos un abrazo, y sobre todo para usted, estimado lector, mi afecto eterno.
La vida sigue, como siguió para Noé Díaz, el lustrabotas inesperado del Papa. Siempre habrá páginas en blanco esperando ser llenadas. Espero que, en el camino, volvamos a coincidir. Muchas gracias por este inolvidable episodio que ha sido ‘La Flor de Querétaro’.