Basta ver las imágenes sobre escultura contemporánea pública que hay en el mundo, para descubrir, o confirmar, la triste noticia de que una ciudad como la nuestra se ha quedado tristemente atrás en la materia. Querétaro, lamentablemente pese a su crecimiento y a su atracción de nuevos habitantes, es un ejemplo inequívoco de tradicionalismo y falta de imaginación en el tema.
En Querétaro, no encontramos demasiadas muestras de arte contemporáneo, y de las que existen, muchas no pasarían el más elemental examen sobre sus virtudes plásticas. Antes bien, los queretanos seguimos interpretando nuestro tiempo con las tradicionales, y no siempre buenas, esculturas de siempre, como si nos empeñáramos, al menos en esa materia, en permanecer para siempre en el pasado.
Así, cuando las futuras generaciones de visitantes lleguen a esta histórica ciudad disfruten de sus adornos públicos no encontrarán demasiadas diferencias entre lo instalado en el siglo diecinueve y lo que se colocó en el mismísimo siglo veintiuno. Como si el tiempo y la plástica se hubiesen aquí detenido para siempre.
Creo que todo ello nace no tanto del espíritu tradicionalista de los queretanos de siempre, que dicho sea de paso somos ya una minoría, sino de la absoluta ausencia de educación artística de nuestros gobernantes. Por ello, entre seguramente otras cosas, las esculturas públicas se reproducen, aquí y allá, a la figura humana, lo mismo para inmortalizar en bronce a un danzante, que al maestro, a la familia, o a algún recordado personaje.
Nada, hay sin embargo, que nos hable en un lenguaje propio de los tiempos que vivimos, que nos describa con imaginación y talento una historia, o que nos trasmita con su volumen un sentimiento.
El panorama ha resultado todavía más triste en este ámbito cuando a alguna administración municipal se le ocurrió ponerse creativa ideando un esperpento como el situado en la unión de las avenidas Zaragoza y Tecnológico, o cuando a otra solo le alcanzó la imaginación para unos balones de futbol que se han vuelto referencia citadina. Por la ciudad, no pasa el tiempo en el ámbito del adorno urbano, y cuando pasa, lo hace con tan funestos resultados que más hubiera valido abrazarse a la tradicionalidad de siempre.
El asunto no se reduce a una discusión sobre la oportunidad o no de colocar obra escultórica contemporánea en el Centro Histórico citadino, con la siempre presente controversia que ello puede representar, sino que va hasta los ámbitos de la supuesta modernidad en las zonas de crecimiento desbordante, donde escasas y tímidas muestras escultóricas no alcanzan a acompañar mínimamente a los altos edificios, a los modernos centros comerciales y a las amplias avenidas.
Ni en el aeropuerto, ni en la terminal de autobuses, ni en los accesos carreteros, existe indicio alguno que le informe al visitante de que ha llegado a una ciudad moderna donde se aprecia y dimensiona al arte. Apenas una escultura del gran Manuel Felguérez alcanza a descubrirse entre el Centro de Congresos y el Teatro Metropolitano, en un discreto espacio dominado por las amplias zonas de árido concreto y arbolitos coquetos.
Acaso es mejor así, dada la escasa información que sobre el ámbito del arte parecen tener los que pueden tomar estas decisiones. Acaso es mejor que sigamos siendo la ciudad de la escultura tradicional, y no de los esperpentos, donde podemos convertirnos si alguien con exceso de poder y falta de otras cosas decide volverse creativo.
Por: Manuel Naredo Naredo