Probablemente los seres humanos dedican gran parte de su tiempo a resolver problemas, a desenmarañar esos conflictos que se le presentan al simple y maravilloso hecho de existir, uno de los problemas y quizás el más importante es la difícil tarea de resolver las dudas, esas dudas atormentantes que dieron pie al nacimiento de la ancestral filosofía. Una de las dudas más comunes es lo que a ese ser humano le espera en un día habitual como individuo, un ser que tiene que convivir con otros varios seres empapados de dudas.
Sumando a esto, la increíble capacidad del cerebro de contener varias estratagemas para entender la realidad, esa realidad que llena al sujeto de inseguridad, y quizás como punto inicial, el de cómo y para qué interactuar con los demás, y es que en una vida en sociedad, los individuos se tienen que detener a escuchar al otro, y es precisamente esto lo que no sucede, puede ser que entre esas dudas exista una que los seres humanos tengan como duda principal, hay varias por las cuales decidirse, ¿qué son?, ¿para qué están aquí?, ¿qué es aquí?, ¿por qué siente lo que siente? y ¿por qué piensa lo que piensa?.
Probablemente estas dudas sean más abstractas y filosóficas, pero el individuo en varias de sus circunstancias puede contener varios pensamientos enfocados al sentido del dudar, y es aquí donde la interacción se queda en un simple acto comercial de servicios y utilitarismo, ya que a pesar de dudar de todos y de todo se tiene la necesidad de convivir, y cuando se le presentan estas dudas es cuando emite un juicio sobre las circunstancias y para con los
demás.
Dudas que lo llevan emitir juicios, juzgar lo malo y lo bueno, ya que al estar definido por un valor, este le dará seguridad y podrá sentirse dueño de su circunstancia y de todo lo que la rodea; pero las organizaciones sociales que ha definido con respecto a sus creencias condenan todo lo que tenga que ver con juzgar a sus semejantes, dado que él a su vez será tratado con la misma cosmovisión de justicia.
Podemos considerar que es inevitable el asunto de los juicios, por lo que una vez más la vida de los seres humanos y sus reglamentos caen en otra contradicción con respecto a lo que se es y con lo ideal, con el deber ser.
La historia define muchas de las obras y reflexiones de grandes pensadores como simples utopías, como algo que sólo es contenido en la literatura, porque ese mismo recuento de las acciones de la humanidad concluyen que el ser humano tiene una naturaleza inexplicable que en muchos de los casos son la irracionalidad y la barbarie la que definen sus actos y sus creaciones.
Las dudas atormentan al hombre, y quizás sean estas las que se presenten de manera más “real” en su sentir y pensar, y ante tal gran cantidad de incertidumbre es que en esas utopías se gestaron los asuntos correspondientes a la confianza, a la fe, al creer, definir de manera sencilla lo que se vive y experimenta para poder continuar dando pasos en la trayectoria de la vida. Y sí es que se tendrá fe en algo o en alguien, los seres humanos tendrán necesariamente que buscar dentro de sí mismos, quizás porque no se debe olvidar que cada uno de ellos solo cuenta consigo mismo.
Y es que en una estructura social como en la que se vive, en la que la competencia es el eje rector de su funcionamiento, los individuos caminan solitarios, buscando algo que le signifique una luz en la oscuridad, manteniendo fe en que las situaciones mejorarán, que todo cambiará para bien, El poder manifiesto de la fe. Creer, simplemente creer.
Y cuando ese vacío sea más grande, y cuando esa oscuridad envuelva el ser, el pensamiento, las acciones y los sentimientos del corazón, solo bastará con recordar que es esa fe la que engendrará esa misericordia en ti que quizás buscas en símbolos equivocados.
