Siento, una vez más, sonar depresiva. No consigo levantar mi ánimo, pues me parece que enfrentamos una realidad con pocas luces.
¿A dónde vamos? Me pesa grandemente México, con su gran capital natural, quinto país megadiverso en el mundo, que había conseguido construir una plataforma de conservación y visibilidad pública para las áreas naturales protegidas, contar con presencia y presupuesto y ganar espacios para conservar la biodiversidad. Sin embargo, hoy día parece diluirse, adelgazando sus capacidades y logros, abriéndose a toda explotación y desorden.
Habiendo atendido al Foro Mesoamericano de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), conviviendo con la gente que ha dedicado su vida a promover modelos sustentables para la preservación de la biodiversidad y el desarrollo de las comunidades dueñas de la tierra, nos enteramos de tenebrosos giros que las instituciones han dado, facilitando todo tipo de abuso para la naturaleza.
La minería es, sin duda, una de las más graves amenazas. En la Sierra Gorda no hay actividad de mayor riesgo que la del mercurio, un riesgo a nivel nacional donde los insanos vapores llevan muerte mucho más allá de nuestras fronteras y, en lo local, lo llaman fuentes de empleo, envenenando los cauces de los ríos y los suelos. Sus operadores, sin ninguna protección, llevan esta maldición a sus casas, contaminando todo a su alrededor y envenenando a todos los que consumimos el agua que producen las cuencas locales.
La indolencia y dejadez de las autoridades que tienen competencia dejaron crecer el problema sin atajar su avance, y hasta lo presumieron como generación de empleo y lo justifican. ¿A qué bajos niveles la Madre Patria ha llegado?
Estamos viviendo una historia de terror, donde se cercan peligros que van cerrando sus lazos en nuestra pasiva sociedad. ¿Quién saldrá al quite? ¿O nos mantendremos quietos, viendo cómo el agua nos llega al cuello?
Tras tres días escuchando experiencias en Centroamérica y el Caribe, vemos valiosos intentos incapaces de contener la indolencia, la corrupción y la ignorancia de nuestra sociedad. Cómo ese momento de visibilidad colectiva de incidencia en escenarios sociales e institucionales se ha venido abajo y cómo un perfecto plan avanza implacable dejando indefensa a la sociedad y a la Tierra.
Escalofriante declive de los ecosistemas, agraviados por los efectos del cambio climático en todo el mundo, en donde prevalece el abuso a toda forma de vida, en donde el desprecio por lo sagrado de una naturaleza obra de Dios es mercantilizada y los compradores hacen sonar sus monedas de cobre y avanzan enriqueciéndose a costa de un patrimonio que no nos pertenece y que es irremplazable. En donde la calidad de vida está comprometida y ha llegado a un punto de no retorno y, desafortunadamente, parece desmoronarse, no solo en lo ambiental, sino en lo social, y en donde la especulación económica nos pondrá todavía más presión.
¡Qué ceguera, egoísmo y mezquindad de unos cuantos! Solo llevarán a su vida futura una estela de vergüenzas, valiente saldo rojo del que tendrán que dar cuenta cuando partan ‘honrosamente’ de esta existencia. Quedará un largo historial de inequidades que su ignorancia provocó. Miopes, cortos de visión, engolosinados por su poder temporal, creen poder burlar las leyes de la vida que implacable habrá de cobrar los costos de su ambición, dejando descubiertos a tantos compatriotas, desposeídos por la posesividad de seres tan pobres en su interior que no les queda nada para compartir.
Solo la sociedad civil puede dar la batalla. Individuos que decidan emprender un camino no recorrido que abra esperanza, generando una nueva cultura en donde la Tierra y el bien común sean los motivos dominantes de vidas dedicadas a proyectar un mundo en donde convivamos con la naturaleza con respeto y sentido común.
Por: Martha Ruiz Corzo. Directora del Grupo Ecológico Sierra Gorda, IAP