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Djokovic y el debate entre el bien y el mal en la pandemia

Damien Cave Todo comenzó como una lucha de poder entre una estrella desafiante del tenis, sin vacunar, y un primer ministro que buscaba una distracción de sus propios errores preelectorales en algo de más peso: una postura pública a favor de las regulaciones pandémicas y el bien común. Y el pecador de momento es Novak … Leer más

Damien Cave

Todo comenzó como una lucha de poder entre una estrella desafiante del tenis, sin vacunar, y un primer ministro que buscaba una distracción de sus propios errores preelectorales en algo de más peso: una postura pública a favor de las regulaciones pandémicas y el bien común. Y el pecador de momento es Novak Djokovic.

Australia, orgullosa ‘nación deportiva’ donde el primer Grand Slam de tenis del año comienza el lunes, vaciló y dudó de Djokovic durante más de una semana. A los australianos no les gustó mucho el modo en que su gobierno canceló la visa de Djokovic en el aeropuerto. Después de toda la obediencia al confinamiento y a las campañas de vacunas, tampoco estaban contentos con el esfuerzo del atleta por escabullirse en el país mientras eludía un mandato de vacunación contra la covid.

Luego se dio una serie de revelaciones que despejaron cualquier ambivalencia popular. Djokovic admitió que no se había aislado cuando al parecer sospechaba —y luego confirmó— que tenía covid. Y culpó a su agente por un ‘error’ presentado en un documento migratorio.

Los líderes de Australia decidieron que era suficiente. Ayer, el ministro de Inmigración del país canceló la visa de Djokovic por segunda vez. Si el tenista mejor posicionado no logra recurrir con éxito la decisión en la corte, será detenido y deportado antes de competir.

Un país lejos de los epicentros del sufrimiento de la covid, donde el deporte es un foro reverenciado para el bien y el mal, se ha convertido en ejecutor de los valores colectivistas que el mundo entero ha estado luchando por mantener durante la pandemia. Djokovic buscó jugar según sus propias reglas.

Cinco días de diciembre hundieron sus posibilidades de ganar un décimo Abierto de Australia, mientras que el mundo atestiguaba lo que sus críticos describen como una indiferencia egoísta y temeraria hacia la salud de los demás.

Muchos australianos vieron deshonestidad y desprecio por los demás en las acciones de Djokovic. Algunos cuestionaron si en realidad había dado positivo, dado que resultaba conveniente para su exención de vacunación.

El primer ministro Scott Morrison tuiteó, apenas una hora después de lo sucedido el 6 de enero, que “las reglas son las reglas”. Volvió a enfatizarlo ayer por la noche, luego de que se anunció la segunda cancelación de la visa, cuatro días después de que un juez la restaurara por motivos de procedimiento.

“Los australianos han hecho muchos sacrificios durante esta pandemia y están en su derecho a esperar que se proteja el resultado de dichos sacrificios”.

Aunque el ministro de Inmigración, Alex Hawke, invocó lo que llamó ‘un riesgo para la salud pública’ al cancelar la visa de Djokovic, los médicos se mostraron menos convencidos de que la salud fuera el problema. Con miles de nuevos casos de covid todos los días en Australia y tasas de vacunación altísimas, un
atleta no representa una gran amenaza.

Pero, para Djokovic, la estricta postura australiana en el tema de seguridad fronteriza ha rendido un resultado que muchas personas apoyan, incluso a costa de un Abierto de Australia menos interesante.

Ayer, en Melbourne Park, donde se suponía que Djokovic entrenaría luego de que se le nombró como primer preclasificado, los aficionados parecían resignados a perder un jugador al que gusta ver, pero es difícil admirar.

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