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Bahía de Guantánamo: más allá de la prisión

Carol Rosenberg Cuando se nombra a este lugar, las personas tienden a pensar en hombres en jaulas con uniformes naranjas, de rodillas, es decir, la imagen del día de inauguración de la prisión en tiempos de guerra cuatro meses después de los ataques del 11 de septiembre, pero esta base militar es más que una … Leer más

Carol Rosenberg

Cuando se nombra a este lugar, las personas tienden a pensar en hombres en jaulas con uniformes naranjas, de rodillas, es decir, la imagen del día de inauguración de la prisión en tiempos de guerra cuatro meses después de los ataques del 11 de septiembre, pero esta base militar es más que una gran prisión.

Casi 6 mil personas viven en este puesto de avanzada de la Armada de Estados Unidos, que tiene la parafernalia de un pequeño pueblo de Estados Unidos, las comodidades de un campus universitario y funciona como una mezcla entre una comunidad cerrada y Estado policial.

Cuenta con un sistema escolar del Departamento de Defensa para los hijos de marineros y contratistas, un puerto marítimo para las misiones de abastecimiento de la Armada y la Guardia Costera, bares, campos de beisbol, vecindarios con columpios, playas con parrillas para carne asada y alquiler de botes recreativos para excursiones en la bahía. Tiene también un McDonald’s con un autoservicio lo suficientemente ancho para vehículos tácticos.

Se habla muy poco español, excepto cuando la Guardia Nacional de Puerto Rico está en el lugar cumpliendo un periodo de servicio en la zona penitenciaria. El tagalo y el criollo son más frecuentes debido a que un tercio de los residentes son filipinos y jamaiquinos; son empleados por contratistas del Pentágono y son la columna vertebral de la fuerza laboral. Trabajan en construcción, preparan y sirven comidas en los restaurantes y son cajeros en los economatos.

La base se parece a un campus universitario, pero uno con campo de tiro, alambres de púas, cientos de soldados y marineros con uniformes de batalla y automóviles que se detienen en la calle a las ocho de la mañana, hora en que se transmite el himno de Estados Unidos a diario.

La base tiene una tienda de recuerdos que vende tazas, vasos tequileros y camisetas estilo universitario. “No hay días malos”, dice una playera decorada con palmeras que presume la ‘buena vibra’ y las ‘mareas altas’ de Guantánamo.

Hay eventos deportivos intramuros y una campaña de concientización sobre la agresión sexual…pero, al final, es una base militar. Los drones están prohibidos. Los fotoperiodistas deben someter todas las fotografías que toman a la censura militar. Cualquiera que viaje a la base necesita una visa para la “República Independiente de la Bahía de Guantánamo” y un asiento en un vuelo aprobado, por lo general un chárter del Pentágono.

La base también tiene miles de gatos salvajes, descendientes de felinos que lograron llegar a la base a través del campo minado o de gatos domésticos abandonados por las familias de la Armada. Un grupo de amantes de los gatos fundó la Operación Git-Meow para encontrarles hogar y está intentado persuadir a la Marina para que autorice un programa de voluntarios para captura, esterilización y liberación.

Un pequeño hospital comunitario en la base ofrece atención familiar y anuncia el nombre del primer bebé de cada año nuevo en su sitio web.

La mayoría del tiempo, nadie recuerda la operación penitenciaria que puso a Guantánamo en el mapa hace dos décadas, excepto cuando una caravana de camionetas blancas sin ventanas pasa frente al McDonald’s para llevar uno o dos detenidos al complejo judicial en Camp Justice.

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