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La verdad sobre el bitcóin: ¿se debe invertir en ella?

Derivados de bitcoin muestran recuperación
Derivados de bitcoin muestran recuperación

La criptomoneda fue creada como una manera de realizar transacciones sin la intervención de un tercero de confianza Eswar Prasad El bitcóin, la criptomoneda original, ha experimentado una carrera salvaje desde su creación en 2009. A principios de este año, el precio de un bitcóin aumentó hasta llegar a 60 mil dólares, se incrementó ocho … Leer más

La criptomoneda fue creada como una manera de realizar transacciones sin la intervención de un tercero de confianza

Eswar Prasad

El bitcóin, la criptomoneda original, ha experimentado una carrera salvaje desde su creación en 2009.

A principios de este año, el precio de un bitcóin aumentó hasta llegar a 60 mil dólares, se incrementó ocho veces en doce meses. Luego, se depreció un 50 por ciento en unas cuantas semanas.

Los valores de otras criptomonedas como ‘dogecoin’ han aumentado y disminuido de manera más marcada, a menudo, solo por los tuits de Elon Musk. Incluso después de la caída reciente de sus precios, el valor de mercado conjunto de todas las criptomonedas excede en este momento 1.5 billones de dólares, una cantidad asombrosa para objetos virtuales que no son más que código informático.

¿Las criptomonedas son la ola del futuro y deberíamos utilizarlas e invertir en ellas? ¿Y las enormes oscilaciones de sus precios — casi un billón de dólares desapareció de su valor total en mayo— presagian problemas para el sistema financiero?

El bitcóin fue creado (por una persona o grupo que sigue sin identificarse hasta la fecha) como una manera de realizar transacciones sin la intervención de un tercero de confianza, como un banco central o una institución financiera.

Su aparición en medio de la crisis financiera mundial, que sacudió la confianza en los bancos e incluso en los gobiernos, fue bastante oportuna. El bitcóin permitía realizar transacciones tan solo con identidades digitales, lo que otorgaba a los usuarios cierto grado de anonimato.

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Esto convirtió a esa criptomoneda en la preferida para actividades ilícitas, incluidos los recientes ataques de programas de secuestro. Además, impulsó la opaca red oscura de comercio ilegal en línea tal como PayPal ayudó con el auge de eBay al facilitar los pagos.

A medida que su popularidad creció, el bitcóin se volvió engorroso, lento y caro de usar.

Se tarda alrededor de 10 minutos en validar la mayoría de las transacciones con la criptomoneda y este año la comisión por transacción es de un promedio de 20 dólares. El valor inestable del bitcóin también ha significado que no sea un medio viable para el cambio. Es como si tu billete de 10 dólares te permitiera comprar una cerveza hoy y una botella de vino mañana.

Además, ya quedó claro que el bitcóin no ofrece un verdadero anonimato. El éxito del Gobierno para rastrear y recuperar parte del pago en bitcoines de la extorsión que se atribuye al colectivo de hackers DarkSide en el ataque de programa de secuestro del oleoducto de Colonial Pipeline ha aumentado las dudas sobre la seguridad y la imposibilidad de rastrear las transacciones en bitcoines.

Aunque el bitcóin ha fracasado en sus objetivos principales, se ha convertido en una inversión especulativa. Esto es desconcertante. No tiene valor intrínseco y no está respaldado por nada.

Los devotos del bitcóin dirán que, al igual que el oro, su valor proviene de su escasez: el algoritmo informático del bitcóin impone un límite fijo de 21 millones de monedas digitales (hasta ahora se han generado casi 19 millones de monedas). Sin embargo, la escasez por sí misma dista de ser una fuente de valor. Los inversionistas del bitcóin parecen confiar en la teoría del tonto mayor: todo lo que se necesita para que una inversión sea rentable es encontrar a alguien dispuesto a comprar el activo a un precio aún mayor.

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A pesar de las valoraciones elevadas nominales, es poco probable que el colapso del bitcóin y otras criptomonedas sacuda al sistema financiero. Los bancos, en su mayoría, se han mantenido al margen. Como ocurre con cualquier burbuja especulativa, los inversionistas ingenuos que llegan tarde a la fiesta corren el mayor riesgo de sufrir pérdidas. El gobierno debería advertir a los inversores minoristas que, al igual que sucedió en la saga de GameStop, actúan bajo su propio riesgo. Los valores que permiten especular con los precios del bitcóin ya están regulados, pero el gobierno no puede o no debe hacer mucho más.

El bitcóin no es inocuo. Las transacciones se procesan a través de “mineros” que utilizan enormes cantidades de potencia de cálculo a cambio de recompensas en forma de bitcoines. Según algunas estimaciones, la red de bitcoines consume tanta energía como países enteros, como Argentina y Noruega, sin mencionar las montañas de desperdicio electrónico de las máquinas especializadas para ejecutar esas operaciones de minería que se queman con rapidez.

Sea cual sea el destino final del bitcóin, su tecnología de cadena de bloques es en verdad ingeniosa e innovadora. El bitcóin ha demostrado cómo los programas que se ejecutan en redes de computadoras pueden aprovecharse para realizar pagos de manera segura, dentro y entre países, sin depender de instituciones financieras avariciosas que cobran altas comisiones. Por ejemplo, para los trabajadores migrantes que envían remesas a sus países de origen, esas comisiones son una carga importante. Las tecnologías que hacen que los pagos sean más baratos, rápidos y fáciles de seguir beneficiarían a los consumidores y a las empresas, además de facilitar el comercio nacional e internacional.

Ahora la tecnología no funciona sin riesgos. Facebook planea emitir su propia criptomoneda llamada Diem que se propone facilitar los pagos digitales. A diferencia de bitcóin, Diem estaría respaldada en su totalidad por reservas en dólares estadounidenses u otras monedas importantes, lo cual garantiza un valor estable. Sin embargo, como sucede con sus otras iniciativas en apariencia altruistas, no se puede confiar en que esa red social ponga el bienestar del público por encima del propio. La perspectiva de que las empresas multinacionales emitan algún día sus propias criptodivisas sin respaldo en todo el mundo es bastante inquietante. Estas monedas no amenazarán al dólar estadounidense, pero podrían acabar con las monedas de los países más pequeños y menos desarrollados.

Las variantes de la tecnología de bitcóin también están poniendo a disposición de las masas muchos productos y servicios financieros a un bajo costo, en los que vinculan de manera directa a los ahorradores y los prestatarios. Estos avances y las posibilidades creadas por las nuevas tecnologías han impulsado a los bancos centrales a considerar la emisión de versiones digitales de sus propias monedas. China, Japón y Suecia ya están realizando las primeras pruebas de sus monedas digitales.

Resulta irónico que en vez de democratizar las finanzas, algunas de estas innovaciones pueden exacerbar la desigualdad. La desigualdad en los conocimientos financieros y en el acceso digital podría originar que los inversionistas sofisticados se queden con los beneficios mientras que los menos acomodados, deslumbrados por las nuevas tecnologías, asuman riesgos sin entenderlos del todo.

Los algoritmos informáticos podrían agravar los arraigados prejuicios raciales y de otro tipo en la calificación crediticia y las decisiones financieras, en lugar de reducirlos. La omnipresencia de los pagos digitales también podría destruir cualquier vestigio de privacidad que quede en nuestra vida cotidiana.

Aunque los precios vertiginosos del bitcóin llaman la atención, es mucho más importante la revolución monetaria y financiera que ha desatado y que en última instancia nos afectará a todos, para bien o para mal.

 

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