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La guerra de Trump II: El perdedor contraataca

El 20 de noviembre Trump llega a la Casa Blanca tras enterarse que jueces de Michigan rechazaron sus demandas contra la elección. NYT
El 20 de noviembre Trump llega a la Casa Blanca tras enterarse que jueces de Michigan rechazaron sus demandas contra la elección. NYT

La destructividad del berrinche de Donald Trump y la disposición de casi todo el Partido Republicano a consentirlo han sobrepasado las expectativas de los pesimistas NYT / Paul Krugman Aun así, es muy poco probable que Trump logre cambiar los resultados de las elecciones. Sin embargo, está haciendo todo lo que puede para arruinar a … Leer más

La destructividad del berrinche de Donald Trump y la disposición de casi todo el Partido Republicano a consentirlo han sobrepasado las expectativas de los pesimistas

NYT / Paul Krugman

Aun así, es muy poco probable que Trump logre cambiar los resultados de las elecciones. Sin embargo, está haciendo todo lo que puede para arruinar a Estados Unidos antes de irse, en lo poco y en lo mucho. Entre otras cosas, sus funcionarios ya están tratando de sabotear la economía, preparando el escenario para una posible crisis financiera durante el mandato de Joe Biden.

Para los que no están enterados, el anuncio repentino de Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro, de que pondrá fin al apoyo para varios programas de préstamo creados en marzo quizá no parezca un gran problema. Después de todo, los mercados financieros no están en crisis en este momento. De hecho, en un desafío a la predicción de Trump de que “sus planes de ahorro 401(k) se irán al diablo” si perdía, las acciones han aumentado de manera importante desde la victoria de Biden.

Además, buena parte del dinero asignado a esos programas, de hecho, nunca se utilizó. Entonces, ¿cuál es el problema?

Pues bien, la Reserva Federal, que administra esos programas, se ha opuesto enérgicamente, con justa razón. Verán, la Reserva Federal sabe mucho sobre crisis financieras y lo que se necesita para detenerlas, y Mnuchin está privando a la nación de herramientas que podrían ser fundamentales en los meses o años por venir.

En los viejos tiempos, lo que ahora llamamos crisis financiera por lo general se denominaba “pánico”, como el Pánico de 1907, que fue el acontecimiento que condujo a la creación de la Reserva Federal. Las causas de los pánicos varían mucho; algunos no tienen una causa visible. Sin embargo, tienen mucho en común. En todos hay una pérdida de confianza que congela el flujo de dinero en la economía, a menudo con efectos catastróficos para el crecimiento y los empleos.

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¿Por qué pasan esas cosas? Los pánicos no necesariamente reflejan la psicología popular, aunque algunas veces esta tiene que ver. Con mayor frecuencia hablamos de profecías autocumplidas, en las que las acciones individualmente racionales producen un resultado colectivo desastroso.

Por ejemplo, en un pánico bancario clásico, los depositantes se apresuran a sacar su dinero, incluso si creen que el banco es fundamentalmente sólido, porque saben que el pánico en sí puede causar el colapso de la institución.

Ahí es donde entran las agencias como la Reserva Federal. Sabemos desde el siglo XIX que tales agencias pueden y deben prestar dinero a los actores que lo necesitan con urgencia durante el pánico financiero, a fin de detener la espiral de la muerte.

¿Cuántos préstamos se necesitan para frenar un pánico? A menudo, no son tantos. De hecho, muchas veces los pánicos terminan con la sola promesa de que se proveerá el efectivo de ser necesario, sin que la necesidad de firmar los cheques en realidad.

Allá por 2012, hubo una crisis financiera desenfrenada en buena parte del sur de Europa. Los países como España vieron colapsar su capacidad de pedir prestado y dispararse las tasas de interés de su deuda. A pesar de ello, estos países en realidad no eran insolventes; el estado de la Hacienda Pública de España no era peor que el del Reino Unido, que podía pedir prestado con tasas de interés muy bajas.

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No obstante, España, que no tiene su propia moneda —utiliza el euro— fue objeto de un ataque de pánico autocumplido, ya que los inversionistas, temiendo que se quedara sin dinero, amenazaban con provocar el mismo resultado que temían. El Reino Unido, que puede imprimir su propio dinero, fue inmune a esa crisis.

Sin embargo, en julio de 2012, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo —homólogo de la Reserva Federal— prometió hacer “todo lo necesario” para salvar al euro, lo cual se interpretó de manera generalizada como un compromiso a prestarles dinero a los países en crisis, de ser necesario. De manera repentina, la crisis se acabó, aun cuando el banco nunca prestó un centavo.

Algo similar ocurrió en Estados Unidos la primavera pasada. Durante unas semanas en marzo y abril, mientras los inversionistas entraban en pánico por la pandemia, Estados Unidos estuvo a punto de caer en una gran crisis financiera. Sin embargo, la Reserva Federal, respaldada por el Tesoro, intervino con nuevos programas que ofrecían comprar activos como bonos corporativos y deuda pública. Al final, no se utilizó mucho dinero, pero la seguridad de que el dinero estaba ahí si llegaba a necesitarse estabilizó los mercados y la crisis se disipó.

Hasta aquí, vamos bien. Pero en caso de que no lo hayan notado, la pandemia ha vuelto con furia; las hospitalizaciones ya son mucho más altas de lo que fueron en la primavera y aumentan con rapidez.

Tal vez la nueva ola de coronavirus no provoque una segunda crisis financiera; después de todo, ahora sabemos que una vacuna está en camino. No obstante, el riesgo de que haya una crisis no ha desaparecido y es una tontería privarnos de las herramientas que podríamos necesitar para luchar contra esa crisis.

La afirmación de Mnuchin de que el dinero ya no es necesario no tiene sentido, y no está claro si su sucesor podrá revertir con facilidad sus acciones. Dado todo lo demás que está sucediendo, es difícil ver la decisión de Mnuchin como algo más que un acto de vandalismo, un intento de aumentar las probabilidades de un desastre con el sucesor de Trump.

El asunto es que, hasta esta última jugada, parecía que Mnuchin podría ser uno de los pocos funcionarios que se las ingenió para acabar su servicio al mando de Trump sin destruir su reputación por completo. Bueno, olvídense de eso: ya forma parte de las filas de los leales a Trump decididos a destrozar al país antes de irse.

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