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“No le agarró la anestesia”, crónica de una enfermedad no anunciada…

La endometriosis la padecen 190 millones de mujeres y niñas en edad reproductiva en todo el mundo, según la OMS.
La endometriosis la padecen 190 millones de mujeres y niñas en edad reproductiva en todo el mundo, según la OMS.

Todo parte desde los dolores, el sangrado y las anestesias…

“No le agarró la anestesia”, fueron las últimas palabras que escuché del médico que minutos después abrió mi vientre con un filoso bisturí para “hurgar” dentro de mis entrañas, y encontrarse con lo desconocido -por lo menos para mí-.

“Descuida yo te aviso”, fueron las palabras anteriores, antes de que la mitad de mi cuerpo se paralizara por la anestesia raquídea epidural que colocaron dentro de mi columna vertebral, ¿pero por qué me hacen sufrir de esa manera, pregunté?

“No, noo, me duele, no vayan a rajarme, por favor, porque yo aún siento”, (grité entre sollozos)… “No le agarró la anestesia”, bisbiseó el cirujano mientras mis ojos se nublaban y dejé el mundo por unas horas, metafóricamente…

La sala del quirófano era blanca, con el olor característico al cloro que impregnaba el cabello, la bata de hospital, y todo alrededor. Los médicos iban de un lado a otro, corriendo… Tick, tick, tick, sonaba ese aparato que va registrando tus ritmos cardíacos y se fundía con el vaivén del sonido del suero que corría por mis venas, tick, tick, tick, mientras el corazón se aceleraba más y más por los nervios, miedo e incertidumbre que invadían mi cuerpo del no saber qué pasaría… Así  comenzó esa historia, a mis 22 años de edad.

A esa edad tienes muchos sueños, metas por cumplir y muchas diversiones de las cuales disfrutar, pero justo, a esa edad comenzaron los primeros calambres, después de meses de sufrimiento e incertidumbre.

Era el año 2010, cuando una hemorragia abrumó mis sueños y mi noche. Desperté empapada en sangre mientras apretaba mi vientre por el dolor que me ocasionaba, ¿qué tengo, por qué me sale tanta sangre?, me preguntaba, mientras mis familiares se despertaban y corrían a verme. Esa, fue la primera visita al hospital, de tantas.

Pasé por uno y otro médico porque mis ciclos menstruales eran regulares, pero con abundante sangre, hemorragias, mareos, calambres, dolores intensos e incapacitantes, hasta que el médico vociferó: “Hay que operarte, tienes un quiste grande en el ovario izquierdo”. Y entonces los regreso al inicio del texto -de esta crónica-.

Ocho centímetros media esa quiste, casi redondo como una manzana, roja y llena de sangre. Entonces y después de analizarla, los médicos le pusieron un nombre a lo que me aquejaba; a la enfermedad ginecológica crónica, no mortal, pero sí extremadamente incapacitante por los dolores que genera y sus afecciones a diversos órganos (ginecológicos o no), ENDOMETRIOSIS, dijeron, después de haberme sometido a esa cirugía en donde se dieron cuenta de la afección de mis ovarios y tuvieron que retirar uno.

¿Endometriosis? Me preguntaba yo. Un nombre científico para una enfermedad que hoy en día sigue siendo un tanto desconocida, rara y sin cura. Un mal que provoca, en el peor de los casos, la invalidez, la infertilidad o la pérdida de órganos.

Endometriosis, ¿qué es eso? La endometriosis es una enfermedad silenciosa que afecta aproximadamente a 190 millones de mujeres y niñas en edad reproductiva en todo el mundo, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Se trata de una enfermedad crónica que causa dolor intenso durante la menstruación, las relaciones sexuales, al defecar o al orinar y que afecta en gran medida la vida de quien la padece.

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Conocer qué era esa enfermedad en ese momento fue lo de menos, en mis pensamientos solo estuvo el recuperarme y salir adelante. ¿Después? Después fue otra historia…

¿Por qué los médicos poco te hablan sobre que esta enfermedad no se cura? ¿Por qué el paciente tiene que vivir con la esperanza de curarse de esta enfermedad? Cual sea que sea la respuesta, el paciente debe vivir con la frase “la esperanza es lo último que muere”, Pero es entonces cuando coincides con Friedrich Nietzsche y piensas en que “la esperanza es, en verdad, el peor de los males, porque prolonga las torturas de los hombres”.

La esperanza aquí, era una tortura, porque ni el dolor, ni el sangrado cesaron, al contrario, se hacían presentes cada vez más -mes con mes y prolongaba el tormento.

-¿Hola, otra vez tú? ¿Y Ahora para qué te sacas sangre?

-Pues para lo mismo de siempre…

Era la plática constante con los químicos farmacobiólgos que me atendían en la clínica 36 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), Coatzacoalcos, Veracruz, México.

(Es que la primera cirugía fue en un hospital particular… Pero tampoco nadie dice que esta enfermedad es muy costosa, por los gastos que implica)…

Tomas de sangre, ultrasonidos, papanicolaus, colposcopías… Eso fue recurrente hasta que diagnosticaron un nuevo quiste… pero ahora en el ovario derecho.

“Te vamos a dar un medicamento fuerte que te ayudará a que ese quiste no crezca y por ende a no operarte, al menos no pronto”, dijo una ginecóloga, alta, blanca, regia, con ojos verdes que se me asemejaban al mar.

Acetato de Leuprolide, me recetaron; una inyección que provocó una menopausia prematura y que es utilizada para el tratamiento del cáncer de próstata, los problemas del endometrio (revestimiento del útero) y los fibromas uterinos (tumores no cancerosos en el útero).

Un año bajo tratamiento riguroso mientras yo seguía con esa esperanza, pero el tumor benigno se aferraba a mi ovario con fuerza, aunque a la vez alentaba su crecimiento…Así viví un par de años más, con una mediana calidad de vida, pero que no me impedía al cien por ciento realizar mi trabajo como editora policiaca en una de los estados más peligrosos para ejercer el periodismo, Veracruz, le llaman.

El horror vino varios años más tarde, otra cirugía por endometriosis, pero ahora con afección en el ovario derecho. Ya no vas a poder tener hijos, dijeron los médicos…

Mientras yo sufría por mis dolores mensuales, y mis lamentos por ya no poder tener hijos nunca. En la redacción del periódico Liberal del Sur, mi amigo y compañero periodista Gregorio Jiménez de la Cruz me consolaba con unas cálidas palabras de aliento “no te preocupes, la esperanza muere a lo último”, esa frase que me enojaba escuchar, pero que a la vez me alentaba y que al menos hubiese querido seguir escuchando de mi amigo Gregorio (+), pero esa, esa es otra lamentable y triste historia suscitada desde las entrañas del Veracruz del terror….

Hoy en día, soy una sobreviviente de la endometriosis, tres cirugías que atravesaron mi vientre me recuerdan día con día lo resiliente que soy, que estoy en esta tierra para poder seguir escribiendo historias. La tercera ya no se las conté, porque sino, se hacía más larga esta crónica…

La ambivalencia poética de mi cicatriz me dice frente al espejo. “Lorena: aquí dolió, aquí sanó”…

Gregorio Jiménez de la Cruz, foto tomada un año antes de que le arrebataran la vida por ejercer su profesión: el periodismo. /Foto: noviembre de 2013, Coatzacoalcos, Veracruz.
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