Estimado lector, ¿usted alguna vez ha vivido en quinto patio? Si no, de lo que se ha perdido. Llegué a rentar en Insurgentes Queretanos, en el Barrio de San Francisquito. La dueña, doña María Pueblito, me asignó un cuarto en el segundo nivel por 10 pesos por noche, o 300 pesos mensuales.
Sí, leyó usted bien. Me recibe una fotografía de Mario Moreno ‘Cantinflas’ de cuerpo entero. Allí está uno de los mejores mimos de México, interpretando a un provinciano que llega a la capital. En la imagen, el actor está en su punto: mocasines, pantalón raído, saco ‘sport’ a cuadros, su inconfundible bigote y un sombrero en forma de quesadilla. Ambas manos con sendos velices y en la sobaquera su alcancía de marranito “pa’ lo que se ofrezca”. Me digo para mis adentros que mejor recibimiento no puedo tener.
Acomodo mis mochilas en el suelo. Improviso una pequeña mesa volteando una barrica. En un palo de escoba atravesado empiezo a colgar mi ropa. He comprado dos sábanas de 10 pesos cada una, que me sirven de pared y para evitar miradas indiscretas. Hay una pequeña ventana que da a la calle, y pienso que está hecha a modo para que me lleven serenata. Cuelgo también mis dos uniformes de árbitro, que espero continuamente usar. Mi amigo y vecino José Cabrera me facilita una colchoneta, que bautizo como ‘la boluda’, por razones obvias.
Me preparo para dormir tomando un néctar negro para sueños blancos. Es populoso el barrio; se escucha el pasar de la gente. A pesar de que es lunes, pasan palomillos de jóvenes a quién sabe dónde y se escucha el repique de las campanas llamando a misa. Grupos de señoras y señores caminan presurosos rumbo a la misa de ocho.
Se asoma Cabrera y me hace señas de que hasta mañana. Más vale amistad que dinero. He tenido suerte de encontrar en estas latitudes a personas que sin conocerme me echan la mano. Recuerdo a una compañera de trabajo que me dijo: “Usted no tiene porte de vigilante” y con ese pensamiento me empiezo a quedar dormido. Las campanas del Templo de La Cruz me traen pensamientos de superstición. Trato de conciliar el sueño y pienso que no tengo a quien llorarle en los panteones.