Días después de los sismos que aterrorizaron la capital de la Nueva España en ese 1611, el virrey Francisco García Guerra sufre un fuerte accidente, el cual lo deja en un precario estado de salud.
Ante su desesperación, recurre a su amiga sor Inés de la Cruz, cuyas esperanzas de tener un nuevo convento había defraudado, suplicándole que rogara por él. Le manifiesta un profundo arrepentimiento, dándole su palabra de cumplir esa promesa si le devolvía su salud. La respuesta de la monja fue desconsoladora, únicamente le dio tiempo de ungirlo y prepararlo para la muerte. Años después, en 1651, nace en San Miguel Nepantla Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, quien desde su corta edad mostró una extraordinaria precocidad intelectual y posteriormente se convertiría en una gran exponente de la escritura del Siglo de Oro de la literatura española, al lado de personajes de la talla de Juan Ruiz de Alarcón, y cuya erudición y atractiva personalidad le permitieron gozar de popularidad en la corte del virrey Francisco Aguiar y Seijas, al grado de ser nombrada dama de honor de su esposa. Esta posición le permitió presenciar, desde los palcos de la nobleza, corridas de toros que se celebraban en la Plaza Mayor, que, si bien es cierto, no se parecían en nada a las actuales; más bien era un lanceo a caballo, lo que a la postre dio origen al rejoneo.
El virrey Aguilar y Seijas fue un enemigo de la tauromaquia, entre muchas otras prohibiciones y fobias que padecía. Reprobaba espectáculos públicos, sobre todo el teatro, corridas de toros y peleas de gallos. Sin embargo, no fue limitante para que fluyera de manera importante en Juan Inés de Asbaje la admiración por el caballo y la inspiración para componer un bello soneto sobre la muerte del toro, caballo y caballero toreador.
Profesa en 1669 en el Convento de San Jerónimo y adopta el nombre de sor Juana Inés de la Cruz. Es ahí donde desarrolla su basta y prodigiosa actividad literaria, lo que le valdría ser reconocida como la Décima Musa. Como monja ejerció labores de beneficencia, organizando corridas de toros para ayudar a necesitados. En 1688 escribe ‘Amor es más laberinto’, en la que hace una constante referencia al toro bravo en diversas analogías en relación a las corridas de esa época, marcando una clara vinculación entre la religión, la cultura y la tauromaquia.