Hay quienes consideran que la pintura rupestre constituye la primera manifestación artística de la humanidad porque logra representar la mentalidad y el mundo de los pobladores de la prehistoria; aunque otros opinan que, dado que estas pinturas en su mayoría refieren temas relacionados con la caza, es evidente su finalidad práctica y su distancia con cualquier intención artística.
Se podría considerar arte en el sentido que, aunque estas pinturas hayan tenido una utilidad práctica, registran vivencias y pensamientos de entonces. Son muestra de una destacada capacidad de abstracción y representación de la realidad; el carácter de las líneas y formas, así como la riqueza cromática, también son evidencias de expresiones humanas. Además, revelan un dominio de la técnica y de los materiales. No obstante, la categoría ‘arte rupestre’ resulta un tanto forzada, dado que es tomada a partir de criterios occidentales, recordemos que la historia del arte surgió hasta el Renacimiento con Giorgio Vasari y estaba limitada al arte occidental, aunque posteriormente se haya ampliado a otras civilizaciones. Quizá por eso, poco podría tener que ver con el sentido original que sus creadores le dieron.
Es probable que no lleguemos a un acuerdo respecto a si la pintura rupestre constituye un arte, pero lo que es cierto, es que estas obras permiten introducirnos en la visión más lejana de nuestros antepasados, es como si de alguna manera nos prestaran sus ojos para conocer los inicios humanos más remotos. Habría que apreciar esta expresión desde diferentes puntos de vista para aproximarnos lo más que se pueda a su esencia. Según un proverbio africano: el que te presta sus ojos, te mostrará lo que quiere.
Por lo anterior, es interesante visitar la exposición ‘Frobenius, el mundo del arte rupestre’ que se presenta en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México. La muestra integra más de 100 reproducciones tomadas entre 1873-1938 en África, Europa y Oceanía, lugares distantes y recónditos que sería casi imposible visitar.