Martha Irene Delgado
Doctora en Comunicación Social por la UPF de Barcelona, maestra en Artes Visuales por la UNAM y licenciada en Diseño Gráfico por la UVM. Asesora de proyectos de comunicación visual.
“El resultado es que la luz,
en algunos cuadros de Rembrandt, parece casi cegadora”
E.H. Gombrich
Hay coincidencias trágicas y otras que guían hacia la asimilación de lo incomprensible. Ante el pesar y la preocupación por los terremotos, se escucha la ‘Séptima sinfonía’, de Mahler. Sorprende lo cercana que resulta y que, de algún modo, ayuda a ubicar el propio sentir en la música. Asombra que se estrenó la obra el 19 de septiembre de 1908.
Esta sinfonía, conocida como ‘Canción de la noche’, se considera la más modernista del compositor y quizá, por su carácter experimental, sea la menos popular. Estuvo influenciada por la profunda transformación de principios del siglo XX, cuando se buscaba una visión más personal e intuitiva de la realidad; tiempo en el que se gestaban vanguardias artísticas, se asentaba el Psicoanálisis y la industrialización había cambiado de manera radical la economía y la sociedad. Mahler atravesaba por una crisis sustancial. Años de hostigamiento para que abandonara su puesto como director de la Ópera Estatal de Viena. Los antisemitas no concebían que alguien que no fuera alemán estuviera capacitado para el cargo, a pesar de ser aclamado por la crítica y el público. En 1907 aceptó un contrato para dirigir el Metropolitan Opera House de Nueva York. Ese mismo año, su hija falleció y fue diagnosticado con una enfermedad del corazón, que le obligaba a reducir esfuerzos al máximo; acontecimientos que lo condujeron a la depresión.
La obra ofrece una gama de expresiones discontinuas, refleja conflictos, pero ofrece certezas. Anuncia una tragedia que se sucede de momentos de euforia y desasosiego, pero también de amorosa calma y victoria. Se dice que para los movimientos II y IV, Mahler se inspiró en una obra de Rembrandt, ‘La ronda de noche’. No es casual que la música transite de la oscuridad total a la claridad del amanecer. Un dato curioso es que este cuadro no llevaba dicho título, fue dado porque la oxidación del barniz oscureció la pintura y parecía una escena nocturna; pero, en 1947, después de su restauración, se descubrió que se trataba de una escena diurna.
Los 19 de septiembre, entre la tiniebla y la luz.