‘Levántate mañana para vernos, nosotros somos el día.’
Federico García Lorca
Conocido como Paviment Miró, este mosaico de más de 6 mil piezas se inauguró en 1976. Tuvo como finalidad dar la bienvenida a los visitantes que arribaran por mar a Barcelona. Ubicado en el pavimento de Las Ramblas de Barcelona, un emblemático paseo peatonal que conecta la Plaza de Cataluña con el puerto antiguo; concurrido de manera habitual por gran parte de las ciudadanías del mundo.
Un símbolo de apertura, hospitalidad y genialidad de la ciudad que, hasta hace apenas unos días, se hizo de connotaciones marcadas por la adversidad. Hoy, también es referente de otro ataque que la humanidad perpetra en contra de sí. Es el punto donde se detuvo la camioneta que atentó contra la vida de cientos de personas que caminaban por ahí, el pasado 17 de agosto.
Miró decía ‘un cuadro no se acaba nunca, tampoco se empieza nunca, un cuadro es como el viento: algo que camina siempre, sin descanso’. Ahora, queda expuesta esta idea de manera evidente y se manifiesta el carácter activo del arte. Este mosaico transitó de la enhorabuena, a ser testigo de la violencia y el dolor. Y continúa su trayecto hacia otros derroteros.
De alguna manera, esta obra ofrece vías para comprender y asimilar lo ocurrido –como en general ocurre con el arte, por ser portador de conocimiento y de un lenguaje particular–; ayuda a situar lo que parece inefable.
Así, mirar este mosaico hace emerger emociones y pensamientos diversos. Por ejemplo, indigna pensar en la dedicación de los ceramistas por lograr reproducir la viveza de los colores, para que, en un instante, fueran ensombrecidos por la tonalidad de la muerte.
Pero también, hace voltear a la grandeza de lo humano, lo cual conforta y alienta. Quizá, debido a que la obra de Joan Miró está plena de vida, con ese gesto permanente de libertad y alegría, tan típico de la infancia y siempre presente en su creación.
En estos momentos, el mosaico evoca la vida y registra la muerte. Recuerda un estado de indefensión latente que lastima el devenir, pero también el ímpetu de sus colores y formas llenan de fuerza para combatir el horror, al igual que el grito de los catalanes: ‘No tinc por!’ (¡No tengo miedo!).