El novelista Péter Esterházy decía que para un húngaro el triunfo es algo que está lejos; prueba de ello la final que Hungría perdió increíblemente contra Alemania en 1954: El milagro de Berna. Desde entonces, Hungría no fue más que un equipo que adornaba el futbol con su pasado romántico. Quizá la selección liderada por Puskás no encontró otra manera que detallar el sentido estético del fracaso y con el paso de los años borró las esperanzas de trascender en alguna competición. Algo similar ocurrió con los Gallos Blancos después de la final del Clausura 2015 ante Santos. El cuadro queretano retomó memoria de club convaleciente y se arrojó de nuevo, como clavidista en fosa, a nuestra siempre estoica tabla de descenso, a solo once puntos del último lugar que es Morelia.
Seis derrotas y poca enjundia sumergieron al equipo en esa idílica posición, donde, bien que mal, pareciera que nos gusta ubicarnos. Gallos Blancos es una especie de versión futbolística del psicoanálisis freudiano sobre la compulsión a la repetición: nuestros pensamientos se someten a un acarreo de traumas pasados donde alguna vez gozamos la salvación del descenso o la alegría del ascenso. “Un eterno retorno de lo igual”. Françoise Davoine piensa del trauma como una cuestión de linaje o herencia generacional. Quizá a esto se deba que un equipo con varios campeones y futbolistas ajenos al pasado del club caigan en la inercia histórica del conjunto queretano en primera división: la mitad de la tabla para abajo.
César Luis Menotti usó los recursos de Borges para explicar la goleada que Chile le propinó a la selección mexicana en la pasada Copa América; decía que el futbol, como la literatura, es desorden y aventura. Lo ocurrido con Gallos, evidentemente, se vincula con el desorden: empata, pierde, gana… un camino irregular que, sin embargo, tiene al cuadro queretano a punto de disputar un pase a una final. Villoro solía decir que” la relación de México con el futbol suele ser una relación neumática: se infla y se desinfla muy rápidamente, entonces concebimos esperanzas extraordinarias y nos decepcionamos muy pronto”. Este símil explica también la situación del cuadro queretano: al inicio del torneo, Gallos se ubicó en los primeros puestos de la tabla general e ilusionó tanto a los fanáticos como a los medios, ahora las expectativas se inflan de nuevo de cara a la semifinal de hoy por la noche por el torneo de copa.
El futbol es un espejo de la sociedad, pero un espejo que nos hacer ver gordos o flacos: Si perdemos, somos los peores del mundo; si ganamos no hay paraíso que se nos niegue. Los aficionados solemos recurrir a una merced de cabalerías para cubrir los arrendamientos que la realidad nos vende muy caros. Un amigo asiste cada quince días al partido desde hace años, pero no usa la playera de Gallos en el estadio porque eso recompensará que Querétaro gane; sin embargo, la caprichosa voluntad lo priva de festejar títulos o siquiera aproximarse de manera firme.
Entonces ¿para qué seguir heredando la pasión por el futbol, pero sobre todo por los Gallos? El escritor argentino Martin Caparrós ofrece una generosa respuesta en su libro ‘Boquita’, donde explica que puede ser un pensamiento interesado. “Imaginé que si nos acostumbrábamos a ver juntos a Boca (mi hijo y yo) alguna vez Boca podría seguir uniéndonos o dándonos, al menos, la posibilidad de compartir algunos ratos”.
Los aficionados nos sujetamos a una puja de identidad y de herencia que nos vuelve pertenecientes; por supuesto, me refiero a los que somos aficionados de antaño. Los que alguna vez llegamos al estadio de la mano de nuestros padres u otros que en el camino se encontraron con la sazón del hincha. El pintor y escritor suizo, Friedrich Dürrenmatt, afirma que la resistencia a toda costa es el acto que tiene más sentido, no es casualidad que el nombre de la barra del club sea ‘Resistencia Albiazul’. ¿Qué oda en la vida tiene más propenda que alentar sin prejuicio a un equipo históricamente perdedor? “Este amor no es para cobardes”.
Como los húngaros, los aficionados de Gallos nos hemos llevado bien con la derrota. Esterházy decía que con Puskás terminó la época del juego y comenzó la del entretenimiento. De igual manera para los Plumíferos hay un antes y un después con Mauro Gerk. Tal vez para evitar el ultraje del futbol húngaro, Férenc Puskás cayó en las sombras del alzhéimer. En tiempos de crisis, hay que cuidar a nuestros ídolos.
Por Juan José Rojas