Hace exactamente ocho días, en la Ciudad del Vaticano, el papa Francisco canonizaba al mexicano José Sánchez del Río, un niño cercano a los 15 años que murió asesinado como consecuencia de la Guerra Cristera que sucedió en nuestra Patria en los años 20 del siglo pasado, y cuya etapa trágica ha sido borrada aparentemente de la historia nacional, y pasa desapercibida.
La historia del niño José me ha llamado la atención desde que la conocí hace algún tiempo, precisamente cuando se iba a realizar su beatificación en la ciudad de Guadalajara, un 20 de noviembre de 2005, fecha significativa para México por ser el aniversario del inicio de la Revolución de 1910. La Revolución, a pesar de traer muchos logros sociales, también trajo persecuciones y destrucción, como fue el caso de la aplicación de las leyes jacobinas y de las reformas constitucionales contra las iglesias, propiciadas por los líderes revolucionarios, violentando todo derecho humano al libre pensamiento, a la libertad religiosa y a la libre decisión de las personas de ejercer sus creencias.
Ese día se beatifico a un niño cuya historia hoy se vuelve a comentar y sobre todo a reflexionar por ese sentido de sacrificio. El dejar todo por seguir a alguien o algo; el entregar la vida por una idea, entregarse por la fe en momentos difíciles. Y pareciera que esta historia y esa situación de José Sánchez del Río se contrapone radicalmente el día de hoy cuando vemos que las personas no tienen fe, que se habla de un estado laico sin entender la laicidad, que se persigue a la familia y a los que piensan que la familia compuesta de manera tradicional es la base de la sociedad; se menosprecia a la iglesia por los errores cometidos que hacen generalizar como si todos fueran malos o que todos cometen el mismo error; se ha perdido la fe radicalmente dejando las creencias a lo que dicen las redes sociales, los medios de comunicación o las modas como el yoga, o algunas doctrinas orientales que ni si quieran se aplican de manera correcta. Sin embargo, para muchos, la historia y el testimonio del niño José Sánchez del Río nos devuelve la fe y nos da un ejemplo de vida que se entregó por lo que creía.
José Sánchez del Río nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, en el estado de Michoacán. Cuando en 1926 estalló la así llamada Guerra Cristera, sus hermanos se unieron a las fuerzas rebeldes contra el régimen, violento y anticristiano, que se había instaurado en el país. También José fue reclutado.
En Sahuayo, el catolicismo era muy activo y por esta razón el movimiento de los ‘cristeros’ estaba muy arraigado. Los sacerdotes que vivían como clandestinos se quedaron en Sahuayo durante toda la persecución, sin abandonar jamás a su grey, celebrando la Eucaristía en secreto y administrando los sacramentos, en los que el joven José participaba asiduamente. En esos años, se hablaba con frecuencia de los primeros mártires cristianos y muchos jóvenes estaban deseosos de seguir sus huellas.
El 25 de enero de 1928, en el curso de una violenta batalla, José fue capturado y llevado a su ciudad natal, donde fue encarcelado en la iglesia parroquial, que había sido profanada y devastada por las fuerzas federales. Le hicieron la propuesta de huir para evitar la condena a muerte, pero él la rechazó.
Durante su detención, y con el fin de hacerlo renegar de su fe para que pudiera salvarse, fue torturado y obligado a asistir al ahorcamiento de otro muchacho que estaba prisionero con él. Le desollaron las plantas de los pies y lo obligaron a caminar hasta el cementerio. Allí, puesto ante la fosa donde sería enterrado, lo apuñalaron sin darle muerte, pidiéndole de nuevo que renegara de su fe. Pero José, cada vez que lo herían, gritaba: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Santa María de Guadalupe!”. Por último, fue ejecutado con un disparo de arma de fuego. Era el 10 de febrero de 1928. Tenía casi 15 años de edad. Tres días antes le había escrito a su madre: “Resígnate a la voluntad de Dios. Yo muero contento porque muero al lado de Nuestro Señor”.
Esta es la historia de un niño que por su fe fue asesinado, y que ahora recibe los más grandes honores de la fe católica. Así es la historia y creo que vale la pena analizarla y comprenderla un poco mejor.