“Cuando mis hijos Roberto y Ernesto aún eran niños (ocho y once años) un íntimo amigo mío les preguntó a modo de broma: ‘¿A que no saben los nombres de los jugadores de Boca?’. Cuál no sería la sorpresa de mi amigo cuando los dos al unísono le fueron dando a toda velocidad los nombres de los once jugadores… Además podían dar de memoria los jugadores de River, de Racing, de Tigre y de la mayoría de los cuadros de Primera División. El futbol los apasionaba” escribió Ernesto Guevara padre en su libro ‘Mi hijo el Che’, donde deja constancia del gusto por el balompié que tuvo el revolucionario desde pequeño.
Y es que antes de convertirse en uno de los prominentes líderes de la Revolución Cubana, Ernesto ‘el Che’ Guevara (en aquel entonces mejor conocido como ‘Fúser’) fue director técnico de interesantes cualidades en Colombia. Su acercamiento al futbol era regido con el mando idealista que caracterizaba al joven Guevara. En su texto ‘Che, voy al arco’, los escritores Alejandro Wall y Pablo Llonto consultaron a un amigo de la infancia del argentino, Carlos Figueroa, quien recordó con gracia los años treinta en los que Ernesto organizaba encuentros de futbol entre católicos y ateos. Nada más viril que una disputa idealista de sobremesa llevada el terreno de las patadas. Carlos estudiaba en el Colegio Champagnat, una escuela católica, pero su amistad con Guevara pudo más y Figueroa terminó por jugar para el bando de los ateos.
A principio de los años cincuenta, el futbol argentino comenzó a tener la fama mundial que actualmente lo precede. Figuraban equipos de talla internacional como River Plate, Boca Juniors o Racing de Avellaneda. Sin embargo, Guevara prefería a un modesto club de la provincia argentina: Rosario Central. Su eterno amigo, Alberto Granado, declaró para la Organización Canalla Anti Leprosa (OCAL) que Ernesto se hizo del ‘Central’ “porque los de Newell’s eran los pitucos, los niños bien, y el Che siempre luchó contra los pitucos y los niños bien”.
Durante su primer viaje por América Latina, Ernesto Guevara de la Serna y el doctor Alberto Granado debieron adaptarse a diferentes empleos por escasez en dinero y comida. De modo accidental (luego de quedarse dormidos en la Mambo-Tango y que la corriente los arrojara en Brasil) los médicos cruzaron un río para llegar a Leticia, Colombia, lugar donde conocieron al gerente del Independiente Sporting de Leticia. Gracias a su módica arrogancia argentina se vendieron como dos conocedores de táctica futbolística y de habilidades propias del ‘balompié río platense’, así convencieron al gerente de que los contratara como entrenadores del club por tiempo indefinido y sueldo con base en resultados. Antes ya habían practicado en el leprosario de San Pablo, Perú. El propio Guevera lo definiría como “el mejor empleo que han tenido durante el viaje”.
Alberto Granado relató que el estilo de juego que llevaron a cabo en los partidos fue muy del fútbol argentino de los años treinta: “con el arquero clavado bajo los tres palos, los zagueros metidos dentro del área y la línea media corriendo toda la cancha… además de introducir el marcaje hombre a hombre”. Al cabo de unos días de entrenamiento los resultados positivos aparecen y el Fúser (furibundo Serna) decide ser portero para “quitar rigidez a la defensiva”. Granado comienza a jugar de delantero y por su estilo driblador la afición colombiana lo bautiza como ‘pedernita’, en honor al ídolo de River Plate, Adolfo Pedernera.
El equipo jugó la final de un torneo relámpago en la que se van a al alargue y posteriormente a los penaltis. En el libro ‘Notas de viaje’ Ernesto escribe: “me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”; sin embargo, pierden el partido, pero reciben varias ofertas de distintos equipos gracias a la fama que han logrado. Cobraron el salario por entrenar al Independiente Sporting y rechazaron las ofertas que les llovían, pues prefirieron continuar con su viaje.
Al llegar a la capital colombiana, después de varios infortunios, el azaroso destino los colocó frente a uno de los argentinos de moda de los años cincuenta: Alfredo Di Stéfano. El crack- que en aquel entonces formaba parte del llamado ‘Ballet Azul’ junto a Pedernera y Rossi del Millonarios de Bogotá- les concedió una entrevista, además de proveerlos de yerba mate y obsequiarles dos entradas para el mítico encuentro de Millonarios contra el famoso Real Madrid, club al que emigró Di Stéfano para ser figura histórica.
El Fúser, que entre River y Boca se decidió por Rosario Central, fue, en compañía del Doctor Granado, director técnico de buena hechura. Al llegar a Venezuela los amigos se separan, Ernesto vuelve a Buenos Aires para titularse como médico y así comenzar un nuevo viaje que desemboca en la Ciudad de México, lugar donde conoce a Fidel Castro. Granado y Ernesto se reencuentran en Cuba ocho años después del viaje, donde el Fúser ya se ha convertido en el comandante Che Guevara, mismo que entre ser director técnico o médico se decidió por guerrillero.
Por Juan José Rojas